Su dedo se ensañó
con el botón. Odiaba los viajes inútiles.
-Los huevos. Los
huevos. –El joven miraba el panel de botones a través de sus
gafas. Resbalaban por su nariz, siempre que el cabello se le empapaba
sucedía lo mismo.
Pero el ascensor
ya llegaba a su planta, la catorce. La misma que había elegido en el
panel de botones, y a la que se dirigía. Eso, antes de acordarse de
que hoy vendría Ivet y que quería hacerle spagetti carbonara. Los
huevos.
Perfecto, ahora
hasta arriba y a volver a bajar. Seguía apretando el cero, más por
frustración que por otra cosa. Y después sube otra vez a casa y
ponte a cocinar. Tampoco quedaba mucho tiempo hasta que ella llegue.
Y quería preparar unas velas o algo así romántico. De estas cosas
que maquillan una cena bastante cutre, en un piso alquilado, con
comida barata, y con un vino que no pasa de los cinco euros.
Ya iba por la
planta trece.
Una vez más, su
cerebro cometió la traición. Acababa de sonar el timbre del
mircoondas, no era la primera vez que lo oía. Porque el ascenso,
hacía una perfecta imitación cada vez que llegaba a la planta donde
se tenía que detener. Pensó en palomitas recién hechas.
Pero todo esto es
lo de menos. Es un pensamiento fugaz que murió rápidamente, porque
el otro hecho que sucedió al llegar a la planta catorce eclipsó a
las palomitas, al instante; y no era para menos. El pasillo no estaba
vacío. Buscó una cara conocida, pero no la encontró. Ni siquiera
encontró una cara. Sino un torso.
Aquel hombre era
enorme.
-Bue-nas noches.
–El chico le saludó mientras el otro entraba. El extraño lo miró
con unos ojos tan azules como vacilantes. Dio un paso, y quedó entre
las dos puertas. Después dio dos más, y las puertas se cerraron.
-Buena jornada le
deseo. –Sí, el hombre enorme saludó de forma muy extraña. Pero
ojalá fuera eso lo más raro. Había algo tan inusual y
estrafalario, que el joven pasó por alto lo que dijo, que ya era
suficientemente extravagante. Ni siquiera se entretuvo con la típica
especulación de qué haría ahí ese hombre. Si tal vez venía de
visita o a llevar algún paquete, o plantas o flores a domicilio,
esta última opción quizá encajara un poco. Ahora entenderéis por
que.
No, la pregunta
que se estaba haciendo no la pensó, casi estalla en su cerebro ¿De
dónde se habrá escapado este tío?
El hombre mediría
al menos dos metros, ancho de hombros y cabello y barbas rubias.
Dejadas crecer, peinada lo justo para que no se desmelenara. Parecía
uno de esos rockeros de los videoclips de heavy metal. Sí,
habría encajado a la perfección. Si no fuera porque vestía con una
sudadera ancha, gris simple y monocormática, de las de deporte de
toda la vida. Nada de florescentes. Y pantalones a juego, claro;
estrechos, verde hoja y con muchos bolsillos. De esos que llevan los
jardineros de parques y jardines.
Y unos igualmente
conjuntados mocasines.
El ascensor se
detuvo. Planta doce, pero no había nadie.
-Alguien habrá
picado. –El chicó rió. -¿Por qué no esperarán?
El extraño
estrafalario salió. Pero eso fue lo único que hizo, porque después
se quedó quieto en medio del pasillo.
-¿Qué vas a la
planta baja?
El extraño se
giró de golpe.
-A la calle.
Las cejas
pobladas y rubias del hombre se enfurruñaron. Un profundo sí, y
volvió a entrar en el ascensor. Quizá solo era muy raro. O tal vez
solo necesitase un diccionario.
-¿Es usted
extranjero? –Era un acento que no le resultaba familiar.
-Sí.
-¡Oh. Vaya! Yo
soy de España. Un español en Nueva York. Aquí acabaremos todos,
creame. –Volvió a reír; je,je,je. No quedaba muy natural, igual
que esta risa escrita. -¿De dónde es usted?
Los ojos azules
volvieron a mirar al chico, desde el techo del ascensor, casi.
-De este mundo,
por obvio es.
El chico se quedó
en silencio, pero pronto lo entendió. Empezó a reír. Aunque lo
cierto es que no lo había entendido del todo, porque el hombre no lo
acompañó en la broma. Seguía serio y mirándolo fijamente.
-Niëmers.
–Añadió el extraño enorme.
-Me suena… de
qué país? Porque no debe de ser Estados Unidos, ¿Cierto?
-Estados Unidos
no. Reinos Unidos.
-¡Ah!
Inglaterra.
-Eh… -Los ojos
azules miraron hacia abajo y cuando se toparon con los del chico
contestó con un robusto sí.
Pero para nada un
sí convincente.