dimarts, 15 de març del 2016

Descenso de un rey

Su dedo se ensañó con el botón. Odiaba los viajes inútiles.
-Los huevos. Los huevos. –El joven miraba el panel de botones a través de sus gafas. Resbalaban por su nariz, siempre que el cabello se le empapaba sucedía lo mismo.
Pero el ascensor ya llegaba a su planta, la catorce. La misma que había elegido en el panel de botones, y a la que se dirigía. Eso, antes de acordarse de que hoy vendría Ivet y que quería hacerle spagetti carbonara. Los huevos.
Perfecto, ahora hasta arriba y a volver a bajar. Seguía apretando el cero, más por frustración que por otra cosa. Y después sube otra vez a casa y ponte a cocinar. Tampoco quedaba mucho tiempo hasta que ella llegue. Y quería preparar unas velas o algo así romántico. De estas cosas que maquillan una cena bastante cutre, en un piso alquilado, con comida barata, y con un vino que no pasa de los cinco euros.
Ya iba por la planta trece.
Una vez más, su cerebro cometió la traición. Acababa de sonar el timbre del mircoondas, no era la primera vez que lo oía. Porque el ascenso, hacía una perfecta imitación cada vez que llegaba a la planta donde se tenía que detener. Pensó en palomitas recién hechas.
Pero todo esto es lo de menos. Es un pensamiento fugaz que murió rápidamente, porque el otro hecho que sucedió al llegar a la planta catorce eclipsó a las palomitas, al instante; y no era para menos. El pasillo no estaba vacío. Buscó una cara conocida, pero no la encontró. Ni siquiera encontró una cara. Sino un torso.
Aquel hombre era enorme.
-Bue-nas noches. –El chico le saludó mientras el otro entraba. El extraño lo miró con unos ojos tan azules como vacilantes. Dio un paso, y quedó entre las dos puertas. Después dio dos más, y las puertas se cerraron.
-Buena jornada le deseo. –Sí, el hombre enorme saludó de forma muy extraña. Pero ojalá fuera eso lo más raro. Había algo tan inusual y estrafalario, que el joven pasó por alto lo que dijo, que ya era suficientemente extravagante. Ni siquiera se entretuvo con la típica especulación de qué haría ahí ese hombre. Si tal vez venía de visita o a llevar algún paquete, o plantas o flores a domicilio, esta última opción quizá encajara un poco. Ahora entenderéis por que.
No, la pregunta que se estaba haciendo no la pensó, casi estalla en su cerebro ¿De dónde se habrá escapado este tío?
El hombre mediría al menos dos metros, ancho de hombros y cabello y barbas rubias. Dejadas crecer, peinada lo justo para que no se desmelenara. Parecía uno de esos rockeros de los videoclips de heavy metal. Sí, habría encajado a la perfección. Si no fuera porque vestía con una sudadera ancha, gris simple y monocormática, de las de deporte de toda la vida. Nada de florescentes. Y pantalones a juego, claro; estrechos, verde hoja y con muchos bolsillos. De esos que llevan los jardineros de parques y jardines.
Y unos igualmente conjuntados mocasines.
El ascensor se detuvo. Planta doce, pero no había nadie.
-Alguien habrá picado. –El chicó rió. -¿Por qué no esperarán?
El extraño estrafalario salió. Pero eso fue lo único que hizo, porque después se quedó quieto en medio del pasillo.
-¿Qué vas a la planta baja?
El extraño se giró de golpe.
-A la calle.
Las cejas pobladas y rubias del hombre se enfurruñaron. Un profundo sí, y volvió a entrar en el ascensor. Quizá solo era muy raro. O tal vez solo necesitase un diccionario.
-¿Es usted extranjero? –Era un acento que no le resultaba familiar.
-Sí.
-¡Oh. Vaya! Yo soy de España. Un español en Nueva York. Aquí acabaremos todos, creame. –Volvió a reír; je,je,je. No quedaba muy natural, igual que esta risa escrita. -¿De dónde es usted?
Los ojos azules volvieron a mirar al chico, desde el techo del ascensor, casi.
-De este mundo, por obvio es.
El chico se quedó en silencio, pero pronto lo entendió. Empezó a reír. Aunque lo cierto es que no lo había entendido del todo, porque el hombre no lo acompañó en la broma. Seguía serio y mirándolo fijamente.
-Niëmers. –Añadió el extraño enorme.
-Me suena… de qué país? Porque no debe de ser Estados Unidos, ¿Cierto?
-Estados Unidos no. Reinos Unidos.
-¡Ah! Inglaterra.
-Eh… -Los ojos azules miraron hacia abajo y cuando se toparon con los del chico contestó con un robusto .

Pero para nada un convincente.

1 comentari:

  1. Me gusta... una historia descriptiva que te hace evocar hasta el más mínimo detalle.

    ResponElimina